En el corazón de la España Vaciada, donde el silencio a menudo se confunde con el olvido, cada verano resuena un eco ancestral. Un grito de vida que desafía a la despoblación y transforma pueblos casi desiertos en un vibrante epicentro de reencuentros, tradiciones y una alegría desbordante. Son las fiestas patronales, el alma de una tierra que se niega a desaparecer. Lejos de las multitudes y los festivales de renombre, perviven rituales que hunden sus raíces en la noche de los tiempos. Tradiciones que, a ojos del forastero, pueden parecer excéntricas, pero que para los lugareños son un pilar fundamental de su identidad. Es en estos pueblos donde un hombre disfrazado de demonio salta sobre bebés para purificarlos del mal en Castrillo de Murcia (Burgos) durante El Colacho, o donde los "Hombres de Musgo" rememoran una antigua leyenda de la Reconquista en Béjar (Salamanca), cubiertos por un manto vegetal que los devuelve a un estado casi místico con la naturaleza. Estas celebraciones son mucho más que una simple verbena y una orquesta. Son un poderoso imán que atrae a aquellos que un día tuvieron que marcharse. Durante unos días, las calles vacías se llenan de risas, las casas cerradas abren sus ventanas de par en par y la población se multiplica. Hijos, nietos y amigos regresan para honrar a sus patrones, pero, sobre todo, para reencontrarse con sus raíces, para revivir los veranos de su infancia y para que las nuevas generaciones forjen su propio vínculo con la tierra de sus ancestros. En As Neves (Pontevedra), la devoción adquiere una dimensión sobrecogedora con la procesión de los ataúdes. Personas que han estado al borde de la muerte desfilan dentro de sus propios féretros para agradecer a Santa Marta su intercesión. Un acto de fe que impresiona y que habla de la profunda conexión de estas comunidades con la vida y la muerte. Y en Verges (Girona), la "Dansa de la Mort" nos recuerda, con sus esqueletos danzantes bajo la luz de las antorchas, la fragilidad de la existencia, una tradición medieval que pervive en un mundo hiperconectado. Las fiestas de la España Vaciada son un acto de resistencia. Cada cohete lanzado al cielo, cada pasodoble bailado en la plaza y cada tradición perpetuada es una declaración de intenciones: estamos aquí, existimos y tenemos un legado que proteger. Son el corazón que bombea vida a las arterias de unos pueblos que, durante el resto del año, luchan por no caer en el olvido. Un recordatorio de que, a pesar de la despoblación, su espíritu sigue más vivo que nunca.